“Es la política estúpidos”. Sobre Kirchneristas y Libertarios.

Hablar de ajuste está casi prohibido dentro de la política. La clase política sabe que entrar en ese terreno terminará necesariamente colocándola frente a un espejo que refleja su propio rostro.

Por ese motivo el “paradigma político” de la Argentina desde la salida de la convertibilidad es el eufemismo “Estado presente”, para no evidenciar el verdadero paradigma que es “el gasto público”. Hay una especie de estrategia parecida sacada de algunos teóricos de la filosofía del lenguaje que consiste en no hablar de ajuste, ya que para algunos lo que no se nombra no existe. Para desgracia de la sociedad el ajuste existe y nunca recae sobre la política.

No debemos tampoco caer en el extremo de demonizar el gasto público, ya que en el mundo de hoy nadie puede discutir racionalmente la necesidad de un Estado fuerte que articule y concilie las distintas miradas y matices, comprometido con la efectiva realización del bien común, y para eso hacen falta recursos. Mercado y Estado deben ir necesariamente de la mano, y hoy esto no es motivo de discusión ni por la izquierda, ni por la derecha, ni por nadie. Los matices políticos de los países desarrollados y en vías de desarrollo giran en torno a determinar cuánto Estado y cuánto mercado en las distintas coyunturas y áreas. El verdadero problema de la Argentina es la incapacidad de la sociedad en ponerle límites a la clase política, dirigidos a ajustar el gasto público a aquellas áreas y cuestiones estrictamente necesarias con la promoción del bien común y el desarrollo de la sociedad.

El relativo éxito de la clase política, desde la salida de la convertibilidad, ha sido convencer a la sociedad en que, del “que se vayan todos”, se salía con más gasto público. Es decir, con más recursos en manos de la política. Nunca llegaron las reformas que demandaba la sociedad a fuerza de cacerolas. Ni la eliminación de las listas sábana, ni la reducción del costo de la política. Todo lo contrario. El remedio fue peor que la enfermedad. Llegado el kirchnerismo al poder, la política acaparó todos los espacios, abarcando desde la educación hasta la economía, sin que la sociedad pudiera advertir el peligro que entrañaba la trampa del “Estado presente”. Aulas politizadas que han deteriorado claramente la calidad educativa, que para nada educan para la producción y el empleo, y una brutal transferencia de recursos económicos desde los actores privados hacia el Estado (clase política), a fuerza de impuestos, retenciones, inflación y endeudamiento, marcaron el paradigma de la clase política argentina siglo xxi. Que paradójico. Siglo XXI con ideas tan desgastadas.

El debate sobre el acuerdo con el FMI ha vuelto a volcar la mirada de la sociedad sobre la clase política, y la jugada del gobierno, de pretender responsabilizar a la gestión macrista haciendo política con la negociación, le está empezando a pasar la factura a la dirigencia política de todos los colores. El kirchnerismo, con Máximo a la cabeza, muy rápido de reflejos, fue el primero en poner el grito en el cielo intentando despegarse del ajuste que inevitablemente se viene sobre la sociedad. El “primereo K” tiene mucho olor a traición, ya que mientras el resto de las fuerzas políticas esperaba conocer los pormenores del acuerdo para evaluar su apoyo, Máximo aprovechó el acceso preferencial a la información para denunciar el tan temido ajuste y despegarse, dejando al Presidente y a su Ministro de Economía muy debilitados.

Parece que el kirchnerismo ha tomado nota de la “mileinización” de la sociedad y ha caído en la cuenta de que el discurso y la retórica libertaria han empezado a calar hondo en un pueblo hastiado de esfuerzos infructuosos, que espera desconfiado una reforma de fondo del sistema institucional que le alivie los bolsillos. Están intentando una remake de “los números con la gente adentro”. El problema es que no dicen que “los que quieren que queden adentro” son los sectores afines a los intereses políticos y electorales del kirchnerismo. Para Máximo y Cristina el Estado sólo es un redistribuidor de ingresos y recursos con ellos en el poder. La caja no se negocia.

Lo que no se puede negar es el gran olfato político del kirchnerismo. Mientras otros sectores, especialmente opositores (que ningunean equivocadamente al heredero K con el mote de chico de la play) dudan y se mueven al ritmo de las encuestas esperando saber la opinión de la sociedad para tomar definiciones, el kirchnerismo “vanguardea” instalando debates que demuestran una gran capacidad política. El sector liderado por Cristina ya tomó nota de que se va perfilando un nuevo escenario político donde el sector libertario puede tomar un protagonismo decisivo. Si Néstor tuvo la capacidad de hacer que la sociedad vuelva a confiar en la política, lo que es innegable más allá de la valoración que pueda hacerse de ello, los libertarios están reconciliando al argentino de a pie con la economía, logrando instalar en la palestra de la opinión pública consideraciones económicas que comienzan a presionar sobre la clase política dirigencial.

Esa especie de “mesianismo” de la sociedad que vota a partidos o a políticos despreocupándose de sus ideas económicas y confiando en que ellos lo resolverán, está virando lentamente hacia exigir que se hable más de economía y a que la dirigencia política se ajuste. Eso se lo debemos a los libertarios que han irrumpido en el escenario dejando a muchos sectores políticos descolocados.

El kirchnerismo advierte que la grieta Cristina-Macri ya no cotiza como antes y que el crecimiento del “fenómeno libertario” y su posible desembarco en Juntos por el Cambio es el verdadero peligro. El Presidente y los demás sectores opositores todavía no caen en la cuenta, mientras que el kirchnerismo y su asombrosa vocación de poder y capacidad política ya están atendiendo el asunto. Macri y Larreta han pasado a segundo plano y saben que el sector libertario no puede ser corrido con “la culpa la tiene Macri” y menos con la retórica de demonización del neoliberalismo, ya que, a diferencia del macrismo, el sector libertario asume abiertamente su filiación liberal y milita sus ideas. Milei ha tenido la valentía de rescatar sin tapujos “el éxito de los 90” mientras otros sectores lo admiran en secreto. Esa frescura, unida a la estrategia de comunicar con un lenguaje directo, está seduciendo a muchos jóvenes y a otros sectores que empiezan a recordar las bonanzas de la convertibilidad. El kirchnerismo sabe que en términos económicos el “keynesianismo criollo” está agotado y eso va a repercutir en el campo político más temprano que tarde, donde será muy difícil conservar el “statu quo” de los privilegios de la casta política, por lo menos desde el discurso. La barrida de Cristina con algunos “ñoquis opositores del Senado” (así calificados por el kirchnerismo) va en ese sentido. Milei habla de la casta política y Cristina muestra quienes son. Como “buena jefa mamá” sólo expone a la casta opositora, a los suyos los resguarda.

Así las cosas, el Presidente parece no entender el nuevo escenario y su impericia ha puesto en un limbo al acuerdo con el FMI y al futuro de su ministro protegido, lo que ha sido muy bien aprovechado por el kirchnerismo pateando el tablero y rompiendo el “pacto de silencio” denunciando la realidad: el acuerdo implica ajuste sobre la sociedad, tarifazos y más impuestos. Los libertarios ya se habían encargado de adelantarlo y advirtieron que el ajuste tiene que ser de la política. Los demás sectores están esperando los resultados de las encuestas telefónicas para pronunciarse. Libertarios y kirchnersitas les espetan jocosamente “es la política estúpidos”.

Autor: Martín Zuleta, Abogado, Docente.

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