Frontera entre Colombia y Venezuela: Villa del Rosario es una bomba de tiempo para el Covid-19

En Villa del Rosario, municipio fronterizo de Norte de Santander, hay un barrio de seis manzanas en el que se conjugan los grandes problemas del país: pobreza, contrabando, grupos ilegales, carencia de servicios públicos y sobre todo, una migración desbordada. 

La pandemia no solo los ha hecho más visibles, sino que sumó un desafío a la lista que agrava todos los demás: el hacinamiento en el que están pasando la cuarentena cerca de 10 mil personas, en su mayoría venezolanos, y  la decisión de muchos que han decidido retornar.

Aislamiento en hacinamiento

Villa del Rosario está hacia el oriente de Cúcuta, a unos 15 minutos en carro y hace parte de su área metropolitana. Allá la gente vive en su mayoría del comercio que propicia el hecho de ser municipio fronterizo. Allí está el puente Simón Bolívar que, de los 7 pasos legales que hay hacia Venezuela, es el más grande. 

Según el Alcalde Eugenio Rangel, allá viven cerca de 140 mil personas y aunque se mueve mucha plata por el paso fronterizo, es un municipio de cuarta categoría cuyo presupuesto de inversión no supera los 7 mil millones de pesos anuales. 

Uno de los sectores más vivos de Villa del Rosario es La Parada, un barrio de estratos 1 y 2 donde queda el puente fronterizo. Allá siempre han vivido del comercio legal e ilegal y desde que empezó la crisis migratoria de Venezuela, se ha sobrepoblado. 

Según nos dijo el Alcalde aunque antes de la crisis en Venezuela allí vivían algunos venezolanos, no era un número significativo. Actualmente, según él, hay 97 mil habitantes colombianos y 37 mil venezolanos. 

Esa sobrepoblación ha sido muy desordenada. En el barrio se mueven economías ilegales como contrabando (sobre todo de comida) y microtráfico por lo que algunas calles resultan peligrosas para gente que no sea conocida en el barrio. 

También porque mucha gente resultó adecuando casas y bodegas como residencias a cambio de 3 mil, 4 mil o 5 mil pesos la noche. 

Por esas tarifas, las condiciones suelen ser deplorables: la más barata significa dormir en un cartón o en el suelo; la intermedia, en colchoneta; y la más cara, también en colchonetas pero sobre camarotes metálicos de tres pisos. 

“Los venezolanos trabajaban por conseguir la plata del día. Muchos se devolvían a dormir a Venezuela y no se quedaban todos los días acá. Otros dormían en la calle si no les alcanzaba para pagar la noche”, nos contó Juan Carlos Guevara, líder comunal de ese barrio. 

De modo que la gente que dormía allí, de una u otra manera, estaba rotando. En las casas resultaban 10 personas alojadas y en las bodegas, en cubículos hechos con drywall (cartón yeso), hasta 60 o 70 personas. 

Aunque eso ya superaba la capacidad de esos lugares, solo pasaban la noche y salían temprano a buscar la plata para comer y pagar la siguiente noche. En realidad, no era su vivienda.

El problema es que en medio de la crisis del coronavirus, muchos decidieron quedarse allí a pasar la cuarentena. 

En un principio, no la estaban acatando completamente. Los primeros días de la medida circularon noticias de cómo muchos de ellos seguían en las calles rebuscando lo del día.  Pero al cabo de tres días, el Alcalde militarizó la zona y, entonces, salió a la luz el hacinamiento. 

Según un censo que hicieron entre la Gobernación, la Alcaldía y agencias de cooperación internacional hace 10 días, hay casas en donde están viviendo 40 y hasta 50 personas. Bodegas con hasta 300 personas, ahora sí, viviendo las 24 horas del día en ellas. 

“Viven en condiciones de insalubridad terribles. Esos lugares no son hoteles y no tienen la capacidad para vivir así. No solo por espacio sino porque los recursos de agua, luz y gas no dan para eso”, nos dijo Ezequiel Acuña, el secretario de Gobierno de Villa del Rosario. 

En el recorrido que hicieron vieron cómo hay casas que no tienen luz eléctrica y que tampoco están conectados a red de gas y lo consiguen en pimpinas.  

A eso se suma el hecho de que durante las últimas dos o tres décadas en Villa del Rosario ha habido racionamiento de agua. La red del acueducto no da a basto, de modo que entre distintos sectores del municipio tienen turnos cada 4 o 5 días de agua. Por eso, las casas tienen tanques de almacenamiento pero su capacidad es para familias promedio: 4 o 5 personas máximo. 

Viviendo más de 20 personas en una casa, en La Parada se les está acabando el agua en dos días. 

Además, si las bodegas tienen dos baterías sanitarias no tienen tres. Igual pasa con las cocinas: de a una por casa o bodega. 

La Alcaldía ha tenido que llevarles agua en carrotanques y muchos están cocinando en ollas comunitarias en la puerta de las casas. 

Pero el problema real no es cómo cocinar sino qué comer. Además de lo riesgoso que es que en ese hacinamiento haya algún contagiado, que toda esa población no tenga qué comer implica que en cualquier momento salga a las calles a rebuscarse algo e incumplan masivamente la cuarentena. 

Desde el día del censo, ese riesgo ha estado medianamente controlado. 

En esa jornada, en la que también hicieron encuestas de salud (no encontraron a nadie con sintomatología de coronavirus pero sí a 40 personas con otras afecciones) y desinfectaron casas, repartieron 10 mil mercados donados por cooperación internacional y 2 mil kits sanitarios (con cosas como jabones, pañales, pañitos y toallas higiénicas).

Eran mercados por familia, lo suficientemente grandes para 15 días, según nos dijeron dos funcionarios que participaron de la jornada. Es decir, previendo que les alcanzara hasta el plazo inicial de la cuarentena, el 13 de abril. 

Ahora, con las dos semanas adicionales, las autoridades locales vuelven al mismo problema del inicio de la cuarentena.  

Villa de Rosario difícilmente podría costearlos. El presupuesto, como dijimos antes es mínimo y este año, dado que los recaudos se aplazaron por la pandemia, difícilmente cuenten con lo proyectado. 

También tienen que ver cómo se las arreglan para invertir en salud. Para dimensionar la precariedad del sistema allá: el registro de ciudadanos nacidos en Villa del Rosario es solo por partos en casa, porque el único hospital que hay, no tiene capacidad para atender maternas. Todas son remitidas a Cúcuta.

Y la Gobernación, como contamos en esta historia, tiene muy pocos recursos disponibles en medio de la crisis. 

Según nos dijeron tanto en la Alcaldía como en la Gobernación, el Gobierno ya se comprometió a entregarles otros 10 mil mercados para aprovisionar en La Parada.

“Pero uno no puede contar con esos mercados hasta que no estén acá listos para despachar. Hace rato hay muchos recursos comprometidos pero que no han llegado a las regiones (…) Aún no hay asegurado nada”, nos dijo un funcionario que está atendiendo el problema en La Parada pero prefirió no ser citado. 

Aún están tabulando la información del censo y por eso no hay un dato exacto de cuántas de esas casi 10 mil personas son venezolanas, pero las cinco fuentes con las que hablamos para esta historia, nos dijeron que en su mayoría son del vecino país. 

Y el secretario de fronteras, Victor Bautista, nos dijo que estiman que al menos más de 2 mil son niños. 

Esa cifra tenderá a crecer. Tan fácil como es cruzar por las trochas o el río desde Venezuela hacia Colombia. O, con los cientos de venezolanos que están empezando a retornar a su país, cuyo paso obligado es Villa del Rosario. Como la crisis en Venezuela es peor, puede que muchos resuelvan luego devolverse.

Los retornados

Entre el barrio La Parada y  San Antonio, en Venezuela, solo está el río Táchira. 

Por eso, el día de la entrega de mercados los funcionarios presenciaron cómo gente del otro lado de la frontera, donde también viven en medio de la pobreza, intentaba cruzar para ver si les podían dar a ellos. 

“Tuvimos una dificultad, yo no pensé ver eso. La población que está a 40, 50 metros (en San Antonio), intentó llegar. Vimos niños, mujeres en el río, tratando de pasar para recibir ayudas”, nos dijo Bautista, el secretario de Fronteras de la Gobernación. 

Ese día, la zona estaba totalmente militarizada, y el caos alrededor de la entrega de mercados se pudo controlar. Pero esa militarización no se puede sostener, por los 2 mil kilómetros de frontera que tiene Colombia con Venezuela; sólo por Villa del Rosario, hay más de 14 pasos ilegales identificados.  

Pero más allá del paso desde Venezuela hacia Colombia que, como contamos en esta historia es casi imposible de controlar, también está el de los venezolanos que están buscando retornar a su país. 

La última semana se ha registrado en medios y redes sociales cómo desde distintas ciudades del país están saliendo buses llenos de venezolanos rumbo a la frontera, buscando devolverse porque no están pudiendo trabajar acá por la cuarentena. 

Incluso, el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, en medio de una controversial propuesta de vuelos para retornados, dijo que muchos venezolanos están llegando a esa ciudad desde Ecuador buscando alcanzar la frontera. 

Eso, de entrada, viola la cuarentena porque implica que cientos de personas recorran medio país haciendo paradas en distintas ciudades. 

De hecho, algunos de esos buses no tienen asegurado el trayecto hasta la frontera. Eso quedó en evidencia con los 250 venezolanos provenientes de Bogotá que hace una semana amanecieron en Bucaramanga sin que nadie supiera cómo llegaron. Estuvieron ahí un día, hasta que la Alcaldía les gestionó la logística (según ellos a través de donaciones de privados) para llegar hasta la frontera.

Sumando casos como este, según los cálculos que tiene la Gobernación de Norte de Santander, en los últimos 4 días han llegado a la región cerca de 1.400 venezolanos en buses. 

Esa cifra es nada si se compara, por ejemplo, con la cantidad de migrantes que solían entrar al país a diario antes de la pandemia (cerca de 50 mil). 

Pero, con el coronavirus y para un municipio tan pequeño como Villa del Rosario, sí implica sumar esfuerzos logísticos para que ese flujo de personas no termine desencadenando que los casos de contagio se disparen allí. 

Sobre todo porque en Norte de Santander ya hay 25 casos, 2 en Villa del Rosario, y un muerto (precisamente una persona que vivía en Venezuela y cruzó la frontera para recibir atención médica). 

Además, si como se prevee, hay ciclos de cuarentena durante todo el año, puede que el retorno aumente. Por ejemplo Diana Cuevas, directora de la Fundación Unidos Colombia y Venezuela, que atiende población migrante en Cali, nos dijo que tiene información de cerca de mil familias venezolanas que están organizándose para retornar. 

“Hasta ahora, solo hemos podido coordinar esas llegadas con Santander. Si hay otros entes territoriales promoviendo esas salidas desde sus jurisdicciones, no han coordinado nada con nosotros (…) cualquier día podemos recibir mil personas y eso, con el coronavirus, es delicado”, nos dijo el secretario Bautista. 

Más allá del tránsito que implican esos retornos, las autoridades en Norte de Santander ya están previendo dos problemas futuros. 

Por un lado, en el terminal de transportes de San Antonio hay cientos de venezolanos retornados esperando que el gobierno de su país los ayude a volver a sus casas. Si eso no sucede pronto, dado que en Venezuela también están en aislamiento y hay más limitaciones que acá para conseguir qué comer, puede que esos retornados terminen quedándose en la frontera, yendo y viniendo ilegalmente, buscando acceder a ayudas humanitarias del lado colombiano. 

Por el otro, la inestabilidad política del gobierno venezolano. Así como durante los últimos cinco años ha cerrado la frontera varias veces sin avisar, en Norte de Santander temen que el día que quieran, cierren el paso para retornados. 

“Ayer, por ejemplo, cerraron el paso durante cinco horas. Quién sabe cuándo se les de por cerrarla para sus connacionales, completamente”, nos dijo Bautista. 

En ambos escenarios, en medio de la pandemia,  Villa del Rosario puede terminar albergando muchos más venezolanos de los que ya hay, aunque su capacidad administrativa no dé para más.  

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